viernes, 26 de noviembre de 2010

Genealogía del morral.

En fin. Como ya todos sabrán, hace un calor del carajo. Y, por esas casualidades del aburrido destino, venía pensando exactamente todo lo contrario mientras caminaba hacia la facultad:
-Ay ay ay. Hace un frío del carajo.
A pesar de haber pronunciado tal lapidaria frase en otro idioma (esperanto), un tano setentón, que sufría el sol que se devoraba el cenit entero, me escuchó. Y me entendió.
-Ma' qué dice esta borrega malaprendida, ¡hace una calor del ortelano!
A pesar de estar, el anciano, acodado a una mesa, del otro lado de la vidriera del cafetín, lo escuché. Y entendí. La circunstancia barrió con todas mis opciones y dejó solo una.
La de exclamar:
-¡Tijereta para el viejo!
La tijereta no era más que una tijera oxidada que llevaba en el morral. La titular de la cátedra de Álgebra XI nos había pedido que llevemos una para el teórico de hoy.
Lo que hice, armándome de una paciencia extraordinaria (faltaban once minutos para que empiece la clase), fue reducir a astillas de vidrio aquel escaparate, cruzarlo, arrojarme sobre la mesa del viejo, pedir perdón a la concurrencia. Espetar:
-¡Canalla!
-No esperaba menos de usté, borrega. Cubra sus pezones, mascalzonetta.
-Pero cállese, vejete.
-Vaya a su facultad.
-Iré.
Y, previos vejámenes indecibles a aquel pobre septuagenario, partí, rauda, a la facultad. En el camino, un cabo de la Policía Metropolitana me preguntó por qué estaba cubierta de sangre y restos de vísceras. Le dije que me vino. Me preguntó por qué corría desnuda, cubierta de sangre, con una tijera en la mano empuñada cual puñal definitivo. Le recité:
-Meditaciones en conciencia, para darse cuenta de que la realidad no es la que Babilon te pinta.
Se desternilló de la risa. Lo abracé para cubrirlo de ectoplasma. Jugamos un breve Dígalo con mímica. Seguí mi camino.
Cuando llegué al aula, noté en su centro una pelopincho de proporciones. Llena de agua. Hasta el borde.
Una decena de alumnos, inmersos en ella, acodados al borde más cercano a la titular de la catedra, tomaban nota. Se masturbaban con sus tijeras.
Me zambullí a la pileta cual esperma sobre un esponjoso y hediondo -a pescado- óvulo. No me quedó otra que gritar:
-¡La reputísima madre que te parió, hijo de puta!
Por Dior, qué sorete.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Manzana.

En la sala de reuniones de aquella Pyme los ánimos oscilaban entre la tensión y la expectativa; por eso tenía que estar allí, más atento que nunca a los movimientos de mi jefe, el Socio Mayoritario.
Se trataba de un meeting con un posible cliente. Un muy importante posible cliente. Que la palabra posible se esfume del aire de esa sala dependía, en sumo grado, de los movimientos del Socio Mayoritario, aquel cuyos pasos observaba con lupa detectivesca.
-...y en cada caso, los valores serán consensuados, en vistas de maximizar utilidades en ambas partes. Pero siempre poniendo el énfasis en que nuestros servicios convengan al cliente.-intentaba persuadir, prolijamente, el Socio Mayoritario.
-Por supuesto.-acordó el Importante Posible Cliente.-ambos sabemos que, de desarrollarse...
-Permiso,-interrumpió, inquietándome un poco, el Socio Mayoritario. -tengo ganas de hacer caca.
Y, ante el intercambio de miradas estupefactas entre los allí presentes, se levantó de su asiento y emprendió el camino hacia la puerta. El Importante Posible Cliente, su asistente y yo observábamos, en un silencio anonadado, cómo la encorvada figura del Socio Mayoritario se perdía, parsimoniosa, por el pasillo de la Pyme.
-Bueno...-esbocé, pero no se me ocurría nada para excusarme. Me limité a mirar rápidamente a Importante Posible Cliente y a su asistente. El primero, mirándose los zapatos con una ceja levantada. El segundo, aguantando un rictus sonriente que hacía temblar -por momentos, perceptiblemente- su labio inferior. Revolvía con una cuchara de plástico su Café Martinez, supongo que para pensar en otra cosa.
Veinte minutos después, Socio Mayoritario entraba de nuevo a la sala, abrochándose el cinturón.
-Perdón. Prosigamos.-dijo, rompiendo el silencio que reinó con mano de hierro desde su bufonesca salida.
-Señor, sus zapatos...-no pude evitar expresar mi cada vez mayor mezcla de sorpresa y desesperación, cuando un tufillo me hizo mirar sus pies y notarlos desnudos. La mano derecha, temblorosa, de Importante Posible Cliente se metió en un bolsillo interno de su saco y extrajo una petaca de Cognac New Style. Importante pero ya no tan Posible Cliente le dio dos sorbos. Eternos.
-Mire, señor. Yo vine con buena predisposición; realmente estaba entusiasmado con la idea de ser su Importante Cliente, pero esto...
-Tenía ganas de hacer caca.-interrumpió, de nuevo, con aires de disculpa y haciendo puchero, Socio Mayoritario.-se me escapó un pepe y se me manchó el calzoncillo.
Tenía que hacer lo que sea por volver a encauzar la reunión. Apelé a un recurso que otras veces me dio resultado:
-Señor, ¿quién es el dueño de todo esto?- y mi índice derecho dio una vuelta en el aire, enlazando todo esto: sala, pasillos, Pyme. Socio Mayoritario puso los ojos como platos:
-¡MIO!- gritó, con voz nasal, y dando fuertes golpes de puño contra la mesa. Los vasitos térmicos Café Martinez se estremecieron y volcaron Café Martinez sobre la mesa. El asistente del Importante pero ya Improbable Cliente largó el "Pffff" de una risa que quebrantaba el esfuerzo sobrehumano por contenerla.
-¡MIO!¡MIO!¡MIO!- los golpes se sucedían, tercos. Algún vasito térmico de Café Martinez ya había rodado por la mesa hasta el piso. El Importante pero ya Improbable Cliente se llevó una mano a la frente con tanta fuerza que el ruido resultante sonó a aplauso y nos dolió a todos los allí presentes; salvo a Socio Mayoritario que, a esta altura, ya acompañaba los "¡MIO!¡MIO" no solo con feroces puñetazos a la mesa, sino con saltitos. Parecía un mono.
La situación se me estaba yendo completamente de las manos. Estaba al borde de un sourmenage cuando observé la mesa tambaleándose y lo recordé. Yo sabía que para algo había traído crayones y hojas blancas.
-¡A dibujar!-exclamé, tratando de que mi sonrisa pareciera más entusiasta que nerviosa y desencajada.
Tuve un respiro: el ahora de nuevo Importante Posible Cliente dio un par de aplausos (usando solo las palmas de sus manos), tomó con violencia una hoja, un puñado de crayones y se tiró al piso a dibujar. Con el mentón apoyado en una mano. Con la cabeza y los pies meneándose como si fuera un púber escuchando El Brujito de Gulubú. Un hilo de baba se extendió un par de centímetros desde su labio inferior hasta convertirse en gota e impactar contra la hoja rayada con crayon rojo. El asistente lo miraba desde su asiento, mientras con una mano levantaba un vasito térmico de Café Martinez y vertía sobre su propia cabeza el escaso contenido. El alma me volvía al cuerpo. Ni siquiera me importaba que Socio Mayoritario se hubiera encariñado con mi pierna izquierda mientras me miraba con ojos como platos y su boca llena de galletitas Melba siguiera balbuceando "MIO, MIO".