lunes, 31 de mayo de 2010

Hacete cojer por un sea monkey.

-¿Vamos a tomar mate a la Costanera? Extraño.

-¡Dale!- se entusiasmó, mientras pensaba qué estupefaciente iba a ponerle en el termo, sin que se diera cuenta.

La tarde prometía. Los aviones rugían a escasos metros, allá arriba, y el sol parecía obstinarse en quemar la piel hasta generar algún tipo de enfermedad cutánea. Los mellizos se acodaron al muro de contención del río y conversaron algunas horas. Pero a Teto algo le llamó la atención:

-¿Para qué trajiste esa alfombra tan pesada?

-Para envolverte en ella y arrojarte a las aguas vírgenes de este hermoso estuario.

-Ah… ¿otra vez?

-Y, sí…

-Te imaginarás que, esta vez, me voy a resistir. Tres veces no me lo vas a hacer.

-En eso pensé a la hora de vaciar un blister de Clonazepam en tu termo.

-Ah, por eso no querías tomar mate, ¡Pillín pillín! Qué duendecito pillo que sos. Un lindo, azulenco e invertebrado… duendecito atrevido. Tu mirada tiene… tu mirada… algo que me provoca sueño. Qué… buenos colores…

Y Tito procedió. Media hora de soledad más tarde, caminó hasta la parada del 37 y se subió al que llegó cuarenta minutos después. La tarde prometía. El chofer lo relojeó de arriba a abajo y le tiró:

-¿Sabés que tenés cara de tachero?

-Y tengo un quinoto metido en el orto.

lunes, 17 de mayo de 2010

Cópula y ensueño

Un pibe del delivery lleva, en una mano, una bolsa con tres docenas de empanadas de membrillo. En la otra, una bolsa vacía. Al llegar a las vías del Sarmiento, a la altura de la estación de Caballito, decide cortar camino por el predio ferroviario que desde allí se extendía. Cuando sale a Donato Alvarez, cuarenta y seis minutos más tarde, la otra bolsa también está llena. Media hora después, llega a la casa donde tiene que entregar el pedido. Toca el portero eléctrico. Lo atiende un hombre disfrazado de orquídea:

-¡Buenas noches, amable caballero! Disculpe el exotismo de mi vestimenta. Note que en mi departamento, por estas horas, está desarrollándose una exitosa fiesta de disfraces.

-Buenas noches, señor. No hay problema. He aquí su pedido.

Una bolsa humeante cambia de manos.

-¡Mmmm! ¡Qué fragancia gastronómica, mister cadete de La Continental!

-¿Ha visto?

-¡Por supuesto! ¿Desea usted unirse a nuestra juerga? Hay un disfraz de cadete de La Continental disponible. ¡Quien lo iba a usar falleció esta tarde!

-Agradezco su amable invitación, adorable señor orquídea. Pero debo seguir trabajando.

-Será en otra ocasión ¿Cuánto le debo, señor?

-Trescientos ochenta con veinte.

-Tome. Quédese con el vuelto. Se lo ha ganado.

-Muchas gracias.

-De nada. Ahora, tómeselas, la concha de su madre.

-Buenas noches. Y disfrute la fiesta.

-Adios, caballero.

El muchacho del delivery sigue su camino. Al llegar a Rivadavia y Yerbal, echa un vistazo a la bolsa que le quedaba. Tres docenas de empanadas de membrillo le ofrecían un guiño brillante en aceite veintenas de veces usado. Había entregado la bolsa equivocada.

-¡Oh, no! ¡Mis heces!

sábado, 8 de mayo de 2010

Cortá mi piel

Un nene de mamá cruza Corrientes, en su intersección con Suipacha, cuando ve a una señorita. Pero no era una señorita cualquiera; era, ni más ni menos, que la "Sacrificadora Ritual": sabrosa pontificia del destello de sus cuestionamientos de lo más estúpidos. Camina ligero hasta ubicarse a su par, solo para decirle:
-Dulce zumo de pera al almíbar. Tus gestos me dejan sin habla. Tu caminata sacando pecho descolla una falsa soberbia en mi caminar: quiero agradarte.
-Pero usted... ¡Qué cosas que dice! Nos vimos en un palier. El dolor de un bastón al astillarse.
-Y desde ese momento, ¡oh! éxtasis de mi internísimo hedonismo, la fuga de tu silueta, la que remolina en mi cabeza y retorcijea mi estómago, me ha convertido en un botarate.
-El camino es largo. Tu seguridad: plena. Tu miedo, eterno.
-Paddle, tenis, fútbol. Circo.
-Mis piernas se desvanecen. Me vuelvo una fina lámina de papel traslúcido. Me lees toda, segundo a segundo.
-La delicadeza de tu carita, tus expresiones, tu lengua nerviosa asomándose, tímida, entre tus labios. El brillo de tu labio inferior. Su finura y la mar en coche.
Subieron al mismo colectivo, cuyo conductor anunciaba:
-¡Los quiero mucho! ¡Próxima bajada: todos al mar!
Ella traga saliva, se abraza a Juliancito (así se llamaba). Sus brazos lo envuelven y lo frotan, buscan su tibieza. Su rostro hace presión contra el abdomen del joven (también era joven):
-Qué buen solcito. El último. Solicito revisión.
Él contesta:
-Pongo cara de tarado porque me hablás y porque veo en tus ojos y en tus risotadas las ganas de quemar minutos conmigo. Porque no existe nada más. Tu mano es más suave que la mía y presiona con la misma fuerza y me siento más débil a ella. Podría contar tus latidos.
El colectivero cumplió su promesa y el ómnibus fue hallado, durante un dragamiento, en las costas de Colonia... catorce años después.
En esa época, el travestismo era el flagelo que ridiculizaba a la figura de autoridad de la Policía Metropolitana.
Imbéciles.

lunes, 3 de mayo de 2010

Aborto de la naturaleza

Un agente de la Policía Metropolitana cuida la puerta de la embajada de un país de Europa del Este durante horas, sin encontrar razón alguna para esposar a nadie; razón por la cual se encuentra inconmensurablemente aburrido. Pero hete aquí que, al séptimo bostezo de la noche, un flaquito se le para enfrente y empieza a armar un porrito.

-¿Qué está haciendo, joven?

-¡Aro, aro, aro!

Aunque a usted no le guste,

mi querido camarada,

me extraña que pregunte,

¡Si no estoy haciendo nada!

-No se ve como nada. Se ve, más bien, como si estuviera liando un cigarrillo de marihuana.

-¡Nada de eso, compadre! Estoy picando una piedrita de un vegetal que huele y sabe a marihuana, pero que no… lo… es…

-Adelante, buen hombre. Desde aquí vigilaré cada paso suyo.

El flaco armó su faso y se dispuso a fumarlo delante del agente.

-¡Oiga! ¡Eso es marihuana!

-Entonces, deberá llevarme detenido.

-De acuerdo al nuevo código penal, me corresponde realizarle una contravención a tal efecto.

-¡Oh, jamás!

-Si, siempre.

Y así se quedan discutiendo durante horas. Al alba, un hombre de traje sale de la embajada y los interrumpe:

-¡Oiga, inútil! Mientras usted discutía con el joven, el país al cual represento entró en guerra civil y se dividió en múltiples mini repúblicas con nombres que terminan en enia, avia e istán. ¡No se le puede encargar nada a usted, dígame un poco!

El amanecer los encontró a los tres, totalmente dados vuelta.

A muchos kilómetros de allí.