domingo, 25 de marzo de 2012

Fiesta de farsantes de la espuma social.

Detroit era un cuadro que describía la decadencia y la tugurización urbana con una meticulosidad que calaba la espalda a escalofríos. Y, consecuentemente, la delincuencia. Detroit era tierra de nadie. Aún lo es, pero esta historia se desarrolla en los tiempos en que un hombre... sí, un hombre... mitad humano, mitad... robot.
Robocop.
Miércoles. 2 AM. Plaza Detroit.
-alto-en-nombre-de-la-ley-maleantes.
Quien hablaba era el consabido señor Robocop, brazo ejecutor de la justicia cruda y sin vueltas. Los destinatarios: señores de corta edad, habitues de la plaza. Sus botitas All Star, sus buzos fluorescentes, sus afros vanguardistas y los radiograbadores, casi reglamentarios, que descansaban en sus hombros los convertían en estereotipos fáciles de reconocer, en diálogos fáciles de adivinar, en sociolectos difíciles de entender, en gestos y ademanes previsibles, en comportamientos tanto conocidos como prejuiciosamente temidos. Y esto... Robocop... lo sabía. La voz de alto se la dio a un grupete de unos seis exponentes de tal tribu urbana.
-Ey, yoyo. What's up bro? Ye, ye.
-están-arrestados-en-nombre-de-la-ley. -reprodujo Murphy, en sus característicos 64kbps, al tiempo que su muslo derecho se abría y dejaba lucir una Taurus de dudosa procedencia.
-Ey, yoyo. Gotta catch us, bitch. Ye. Ye. Fuck you bro.
El polimetálico le dio una trompada que atravesó el grabador del sujeto y, luego, su cabeza. Ahora quedaban cinco.
-Ey, yoyo. What's wrong with you niggah.
-cáiate-maldito-canaia.- respondió Robocop al tiempo que sacaba la Taurus de su muslo. Le dio cuatro tiros en la cabeza y le quitó el grabador antes de que el occiso cayera al piso. Utilizó el artefacto (en el que se escuchaban los acordes de Walk this way) para decapitar a un tercer miembro de la pandilla. Los dos que quedaban, a esa altura, rezumaban terror: solo atinaban a correrse la visera para el costado y a rapear ruegos desesperados como "oh, yoyoyo, be cool bro, be cool 'cause we're not fools, if you wanna get some fun, then let's us just start run, oh, yoyo, niggah". En ese momento llegó corriendo la gordita que es la compañera de Robocop desde antes que lo convirtieran en una lata de sardinas con patas y empezó a gritarle "oh, Murphy, ia detente, cálmate Murphy, mira lo has hecho, te vas a meter en problemas, por favor!". Pero Robocop no parecía escuchar, solo parecía concentrado en partirle el cráneo a culatazos al "maldito-negro" (sic) que se había atrevido a rapearle en la cara. Cuando el pobre muchacho dejó de sacudirse en el suelo y gemir de dolor, le quitó el radiograbador, se acercó con pasos torpes al pandillero que quedaba (que, pobrecito, estaba paralizado por el horror), le quitó el suyo y se dispuso a estrellárselos en la cabeza. Su compañera no sabía qué hacer; "para ia, te van a despedir Murphy, oh por Dios, deja ia a ese sujeto" le decía, a lo que el hombre de estaño se limitó a replicar "cáiate-gorda" y empezó a pegarle grabadorazos al rapero. Cuando este terminó semiinconsciente en el piso, Robocop hizo lo que solía hacer con los pandilleros que se cruzaba cuando hacía adicionales en Plaza Detroit: le espetó un "aquí-tienes-canaia-justicia-en-nombre-de-la-ley", lo remató de tres tiros en la frente y montó una supuesta escena de suicidio colectivo.
-Robocop-wins-flower-victory.- declaró y tiró una de esas risas metálicas que tanto perturbaban a sus compañeros o a quien tuviera la desgracia de escucharlas.
Luego se quiso guardar el arma en el muslo, pero parecía no darse cuenta de que no tenía el compartimento abierto, ya que, cuando soltó el revólver, este cayó al suelo. Se volvió a su compañera:
-dónde-has-comprado-ese-hotdog.
-En esos puestitos- le señaló un par de precarios carritos de comida rápida.-oh, Murphy, te estás tomando muy en serio tu misión. Relájate, chico. Ey! Murphy! Ven aquí! Espera! Detente ia!
Pero ya era tarde. Robocop era lento, pero nadie podía detener a esa mole metálica de paso lento y robótico cuando se ponía terco. La compañera se resignó a suspirar, negar con la cabeza y morderse el labio inferior mientras, cruzada de brazos, observaba a su compañero destrozar los puestos de panchos a la voz de "malditos-hispanos-largo-de-aquí-en-nombre-de-la-ley" y arengas del tipo "I'-ll-be-back" mediante. Se sentía culpable al escapársele risitas contenidas cuando Robocop metía las manos en las pancheras y partía las salchichas con las dos manos como si estuviera doblando un fierro para después arrojárselas en la cara a los pobres puesteros que no entendían nada. Pero la resignación y los meditares acerca de su vida y el devenir siempre ganaban terreno cuando la repetición sobrevenía, cuando no podía evitar caer en el nochetrasnochesiempreigual, en que la anécdota marginal se le volviera rutina, en Robocop apaleando linyeras y afroamericanos, Robocop y su tic incomprensible de tomarse la entrepierna, Robocop pateando heroinómanos en el piso; Robocop tomándose los canutos de cocaína que les quitaba, palizas mediante, a los pibes de la plaza; Robocop duro, dando vueltas torpes, hiperquinéticas; Robocop duro gritando en 64kbps "io-soy-la-ley", "aquí-mando-io-malditos-canaias"; Robocop ahora levantando hamburguesas crudas del piso, Robocop haciéndolas un bollo y metiéndoselas en la boca al tiempo que pateaba lo que queda de los carritos e increpaba con la boca llena a los puesteros, probablemente sin saber o sin importarle que estos ya no podían escucharle.