miércoles, 22 de diciembre de 2010

Verduras con forma de pene.

Joven va a casa de joven a intercambiar estampillas de la belle êpoque con joven. Cuando llega, joven hacer sentar a joven en una silla, luego se sienta enfrente y se quedan largos minutos en silencio. Joven siente una incipiente incomodidad, ya que se encuentra en una casa desconocida y tiene a joven enfrente, que punza su cuerpo con miradas lascivas de forma casi permanente; por lo que decide romper el hielo:
-Lalala.
-Barquitos de papel.
Joven siente que acaba de cometer una terrible estupidez. No entiende de qué manera podría romper el hielo pronunciando sílabas que, fuera del marco de un elemental disfrute musical, sufrían una carencia de sentido que haría levantar una ceja con desconcierto al mismísimo Piaget. Sin embargo, lo que aún más inquieta a joven es la respuesta de joven, por ser casi del mismo tenor. Además, empezó a notar que joven sumó, a sus miradas sugestivas, un dedito girando en minúsculos círculos en torno a su esternón. Las estampillas empezaban a humedecerse entre sus manos.
-¡Voy al baño! Perdoname. -dijo súbitamente joven, mientras saltaba de su asiento y encaraba de memoria al toilette.
Ahora joven tendría unos minutos de soledad para encontrar la forma de que sus manos y sus labios dejen de temblar. Pero el camino a la serenidad apenas llegaría a trazarse: ruidos de cuerpos sólidos y pastosos cayendo al agua, ventosidades y gemidos de esfuerzo terminaron por tensar a joven completamente. Sin embargo, la tensión empezaría a ceder para dar lugar al desconcierto: la ducha se acababa de abrir. Ruidos de cientos de gotas rápidas cayendo sobre un cuerpo en movimiento. Los tarareos inconexos deviniendo en canciones bien definidas, hasta bien interpretadas. Intercaladas con silbidos. Enteras y consecutivas. A la quinta canción, joven googleó en la PC de joven (luego de minimizar, con absurda discreción, páginas y páginas de pornografía) y le asombró saber que joven estaba interpretando el disco The Magical Mistery Tour. Completo. En el orden original. Empezó a leer las letras mientras joven las cantaba para olvidarse de que joven se había excusado para ir al baño y ya llevaba cuarenta minutos duchándose. Luego de terminar con aquel disco, y tras haber cantado, de yapa, Revolution #9, joven cerró la ducha y exclamó:
-¡Viva el León de Francia, carajo!
Joven, que ya se había aburrido incluso de revisar su Twitter, se sobresaltó. Sin sacar los ojos del monitor, escuchó una puerta abrirse, un par de pies desnudos, otra puerta abrirse y, ahora, cerrarse.
-¡Ya voy eh!- escuchó joven que le decían desde una habitación.
A joven ya no le sorprendió escuchar una TV encendiéndose y mascullar chismes durante horas.
En su habitación, en tanto, joven se reía o hacía comentarios o insultaba. De pronto, silencio. Pasaban los minutos y joven se esforzaba por convencerse de que no era un ronquido apagado lo que creyó escuchar.
Tan aburrido llegó a estar que empezó a introducirse menesteres de diverso tamaño y forma en el ano, señor.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Genealogía del morral.

En fin. Como ya todos sabrán, hace un calor del carajo. Y, por esas casualidades del aburrido destino, venía pensando exactamente todo lo contrario mientras caminaba hacia la facultad:
-Ay ay ay. Hace un frío del carajo.
A pesar de haber pronunciado tal lapidaria frase en otro idioma (esperanto), un tano setentón, que sufría el sol que se devoraba el cenit entero, me escuchó. Y me entendió.
-Ma' qué dice esta borrega malaprendida, ¡hace una calor del ortelano!
A pesar de estar, el anciano, acodado a una mesa, del otro lado de la vidriera del cafetín, lo escuché. Y entendí. La circunstancia barrió con todas mis opciones y dejó solo una.
La de exclamar:
-¡Tijereta para el viejo!
La tijereta no era más que una tijera oxidada que llevaba en el morral. La titular de la cátedra de Álgebra XI nos había pedido que llevemos una para el teórico de hoy.
Lo que hice, armándome de una paciencia extraordinaria (faltaban once minutos para que empiece la clase), fue reducir a astillas de vidrio aquel escaparate, cruzarlo, arrojarme sobre la mesa del viejo, pedir perdón a la concurrencia. Espetar:
-¡Canalla!
-No esperaba menos de usté, borrega. Cubra sus pezones, mascalzonetta.
-Pero cállese, vejete.
-Vaya a su facultad.
-Iré.
Y, previos vejámenes indecibles a aquel pobre septuagenario, partí, rauda, a la facultad. En el camino, un cabo de la Policía Metropolitana me preguntó por qué estaba cubierta de sangre y restos de vísceras. Le dije que me vino. Me preguntó por qué corría desnuda, cubierta de sangre, con una tijera en la mano empuñada cual puñal definitivo. Le recité:
-Meditaciones en conciencia, para darse cuenta de que la realidad no es la que Babilon te pinta.
Se desternilló de la risa. Lo abracé para cubrirlo de ectoplasma. Jugamos un breve Dígalo con mímica. Seguí mi camino.
Cuando llegué al aula, noté en su centro una pelopincho de proporciones. Llena de agua. Hasta el borde.
Una decena de alumnos, inmersos en ella, acodados al borde más cercano a la titular de la catedra, tomaban nota. Se masturbaban con sus tijeras.
Me zambullí a la pileta cual esperma sobre un esponjoso y hediondo -a pescado- óvulo. No me quedó otra que gritar:
-¡La reputísima madre que te parió, hijo de puta!
Por Dior, qué sorete.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Manzana.

En la sala de reuniones de aquella Pyme los ánimos oscilaban entre la tensión y la expectativa; por eso tenía que estar allí, más atento que nunca a los movimientos de mi jefe, el Socio Mayoritario.
Se trataba de un meeting con un posible cliente. Un muy importante posible cliente. Que la palabra posible se esfume del aire de esa sala dependía, en sumo grado, de los movimientos del Socio Mayoritario, aquel cuyos pasos observaba con lupa detectivesca.
-...y en cada caso, los valores serán consensuados, en vistas de maximizar utilidades en ambas partes. Pero siempre poniendo el énfasis en que nuestros servicios convengan al cliente.-intentaba persuadir, prolijamente, el Socio Mayoritario.
-Por supuesto.-acordó el Importante Posible Cliente.-ambos sabemos que, de desarrollarse...
-Permiso,-interrumpió, inquietándome un poco, el Socio Mayoritario. -tengo ganas de hacer caca.
Y, ante el intercambio de miradas estupefactas entre los allí presentes, se levantó de su asiento y emprendió el camino hacia la puerta. El Importante Posible Cliente, su asistente y yo observábamos, en un silencio anonadado, cómo la encorvada figura del Socio Mayoritario se perdía, parsimoniosa, por el pasillo de la Pyme.
-Bueno...-esbocé, pero no se me ocurría nada para excusarme. Me limité a mirar rápidamente a Importante Posible Cliente y a su asistente. El primero, mirándose los zapatos con una ceja levantada. El segundo, aguantando un rictus sonriente que hacía temblar -por momentos, perceptiblemente- su labio inferior. Revolvía con una cuchara de plástico su Café Martinez, supongo que para pensar en otra cosa.
Veinte minutos después, Socio Mayoritario entraba de nuevo a la sala, abrochándose el cinturón.
-Perdón. Prosigamos.-dijo, rompiendo el silencio que reinó con mano de hierro desde su bufonesca salida.
-Señor, sus zapatos...-no pude evitar expresar mi cada vez mayor mezcla de sorpresa y desesperación, cuando un tufillo me hizo mirar sus pies y notarlos desnudos. La mano derecha, temblorosa, de Importante Posible Cliente se metió en un bolsillo interno de su saco y extrajo una petaca de Cognac New Style. Importante pero ya no tan Posible Cliente le dio dos sorbos. Eternos.
-Mire, señor. Yo vine con buena predisposición; realmente estaba entusiasmado con la idea de ser su Importante Cliente, pero esto...
-Tenía ganas de hacer caca.-interrumpió, de nuevo, con aires de disculpa y haciendo puchero, Socio Mayoritario.-se me escapó un pepe y se me manchó el calzoncillo.
Tenía que hacer lo que sea por volver a encauzar la reunión. Apelé a un recurso que otras veces me dio resultado:
-Señor, ¿quién es el dueño de todo esto?- y mi índice derecho dio una vuelta en el aire, enlazando todo esto: sala, pasillos, Pyme. Socio Mayoritario puso los ojos como platos:
-¡MIO!- gritó, con voz nasal, y dando fuertes golpes de puño contra la mesa. Los vasitos térmicos Café Martinez se estremecieron y volcaron Café Martinez sobre la mesa. El asistente del Importante pero ya Improbable Cliente largó el "Pffff" de una risa que quebrantaba el esfuerzo sobrehumano por contenerla.
-¡MIO!¡MIO!¡MIO!- los golpes se sucedían, tercos. Algún vasito térmico de Café Martinez ya había rodado por la mesa hasta el piso. El Importante pero ya Improbable Cliente se llevó una mano a la frente con tanta fuerza que el ruido resultante sonó a aplauso y nos dolió a todos los allí presentes; salvo a Socio Mayoritario que, a esta altura, ya acompañaba los "¡MIO!¡MIO" no solo con feroces puñetazos a la mesa, sino con saltitos. Parecía un mono.
La situación se me estaba yendo completamente de las manos. Estaba al borde de un sourmenage cuando observé la mesa tambaleándose y lo recordé. Yo sabía que para algo había traído crayones y hojas blancas.
-¡A dibujar!-exclamé, tratando de que mi sonrisa pareciera más entusiasta que nerviosa y desencajada.
Tuve un respiro: el ahora de nuevo Importante Posible Cliente dio un par de aplausos (usando solo las palmas de sus manos), tomó con violencia una hoja, un puñado de crayones y se tiró al piso a dibujar. Con el mentón apoyado en una mano. Con la cabeza y los pies meneándose como si fuera un púber escuchando El Brujito de Gulubú. Un hilo de baba se extendió un par de centímetros desde su labio inferior hasta convertirse en gota e impactar contra la hoja rayada con crayon rojo. El asistente lo miraba desde su asiento, mientras con una mano levantaba un vasito térmico de Café Martinez y vertía sobre su propia cabeza el escaso contenido. El alma me volvía al cuerpo. Ni siquiera me importaba que Socio Mayoritario se hubiera encariñado con mi pierna izquierda mientras me miraba con ojos como platos y su boca llena de galletitas Melba siguiera balbuceando "MIO, MIO".

viernes, 22 de octubre de 2010

La suerte de un opa.

Registro Nacional de las Personas. 9:15 AM. Infraestructuras tecnológica y edilicia holgadamente sólidas por tratarse de un organismo del Estado. Plasmas por doquier. Mostrador estilo Recepción de Organismo del Estado. Sujeto de mediana edad enredado en camisablanca-corbataazul, de un lado:

-¿Qué dice, compañero? Las artimañas son claras, ¿vio?

Jubilado, presumiblemente morador frecuente de Organismos del Estado:

-Pero las cosas no son como antes, pana. Habrá que observar el detalle: usté, por tener las patas estiradas, pisome el pie derecho. Papanatas.

-Su reclamo me parece coherente. Debe haber alguna línea telefónica para eso.-mano izquierda estatal, súbitamente, bajo el escritorio- Atrás, atrás.

El ruido de una bragueta al abrirse dejó en silencio, por un par de largos segundos, aquel box.

-Mire, como decíamos en mi época: ma quia pore la perdurezzi, ciangarutto.-concedió el anciano.

-La espera para obtener el DNI es de quince días, pero veo que tengo que hacérselo entender utilizando metodologías de persuasión que muy poco agradan a mi ser, caballero.

El ruido del envoltorio de un preservativo al romperse le sumó algunos segundos de tenso silencio al -ya a esta altura- terminado intercambio de opiniones. Un par de manos arrugadas apretó un rosario.

Los gemidos cavernosos y a dientes apretados apenas llamaron la atención de las decenas de personas que, ansiosas por obtener su DNI tarjeta con holografías antifalsificación, se conglomeraban allí. Pero el cada vez más penetrante olor a transpiración genital empezó a tornar desagradable y hostil a aquel ambiente. La conciencia se obnubiló y el desaliento lloró.

viernes, 20 de agosto de 2010

Bilis ajena en tu lengua.

Bueno, parece que al director no le gustó la escena:
-¡Corte! ¡Corte, carajo, corte!
El protagonista ve su estrella manchada, como vislumbrada a través de un parabrisas sucio:
-¡Eh! ¿Qué te pasa, gato?
-Que lo hiciste mal. Oh, bueno para nada.
-Yo soy un buen actor.
-Coincido.
-Papas fritas, por favor.
El mozo llega presuroso, automático. En una mano, una bandeja de cristal con un paquete abierto de Papas Lays -pero no es una propaganda de Lays-. En la comisura de sus labios, restos clandestinos y buchones de snack. Su otra mano, tironeando de su muy corto delantal (debajo no tiene nada). Las principales figuras del filme (director y protagonista, ambos reconocidísimos) lo ven llegar. Cuatro ojitos brillan.
-Bonjour, pêperes.
Las principales figuras del filme (director y protagonista, ambos reconocidísimos) sienten su aliento a papa frita, pero no dicen nada.
El mozo deja la bandeja con las Lays en el regazo una de las principales figuras del filme (actor, reconocidísimo) y se despide, solemne y culpable (sabe que su aliento a papas Lays es notable):
-Monsieur Harrison, les pâpes. Nos vemos, Steven.
Da media vuelta y se aleja, tan presuroso y automático como llegó. Las principales figuras del filme (director y protagonista, ambos reconocidísimos) se quedan observando las nalgas desnudas del camarero y las flexiones y contracciones de sus músculos al caminar. Una de las principales figuras del filme (director, reconocidísimo) agacha un poco la cabeza para poder atisbar vello anal, pero el mozo ya está muy lejos. Vuelven al tema:
-Bueno. Eh, eh, todo bien. Eh.
-Sería bueno algo así onda Huxley, pero hay que cambiar todo el guión.
Diez segundos después, se daría uno de los poquísimos casos de dos paros cardiorrespiratorios simultáneos. Los encontraron dos semanas después (el set no era muy concurrido).
El hedor era impresionante.

miércoles, 7 de julio de 2010

Por no tomar la sopa.

Hombre parado en el living. Brazos cruzados sobre el pecho. Delante de él, dándole la espalda, niño de unos nueve años: su hijo. Sentado frente a una PC. Un ligero movimiento de su mano derecha y una flecha en el monitor punza una palabra subrayada: Encarta online. Susodicha enciclopedia desplegóse y desparramó kilómetros de conocimiento sobre la pantalla. El niño lee:
-Colón descubrió América en 1492. El ladrillo está hecho de tierra horneada. Todo es relativo.
A su padre se le pianta un lagrimón. Piensa: “Qué orgulloso estoy de mi hijo.”
El niño prosigue, insaciable de conocimientos:
-Buenos Aires fue fundada dos veces. Dos no tiene raíz cuadrada. Dios. Patria. Familia.
Su padre se emociona. Piensa: “Mi hijo. Qué emoción.”
Un pop up disloca tanta armonía abyecta. Es un banner, una ciber-publicidad. Un movimiento de la mano derecha del niño. La flecha punza el banner. Justo sobre el rostro de un modelo sonriente. Se abre una ventana que ocupa toda la pantalla. Un video: un sujeto penetra analmente a otro, mientras éste le hace una fellatio a un tercero. Parlantes encendidos. Volumen alto. Gemidos. Gritos. Jadeos. Ventosidades.
El padre exclama:
-¡Guau! ¡Porno gratis!

domingo, 20 de junio de 2010

Soñar livianito

Resulta que había un cadete de La Continental que se la pasaba sonriendo. El encargado de la sucursal donde trabajaba (Callao y Sarmiento) lo odiaba por eso; por lo que perdió un buen par de años en tratar de borrar la sonrisa de su rostro. Pero era inútil, el pibe siempre tenía alguna razón para sonreir. Cuando el encargado llegó al borde del precipicio y alcanzó a distinguir la resignación en la que estaba a punto de caer, decidió que la única manera de borrar la sonrisa del muchacho para siempre era quizá un poco drástica, pero, en fin: matándolo. En ese plan se le fue otro buen par de años, pero un buen sábado de septiembre, terminó de redondearlo. Estaba extasiado: al fin iba a poder cumplir su sueño de hacer que el cadete deje de sonreir. Ese mediodía el flaco llegó de entregar una pizza y, acomodando la moto sobre el mostrador, le dijo al encargado:

-Hoy ha sido un gran día. Ese es un motivo más que suficiente para sonreir.

Y mostró una hilera de dientes amarillentos. Los clientes estaban extasiados: levantaban sus copas y le cantaban al muchacho "Uauauauauauauaaa". Era hora de poner en marcha el plan.

-¡Te voy a matar!

El encargado sacó un machete de abajo del mostrador y redujo al joven cadete a una masa de carne y huesos informe y sanguinolenta. Luego, y ante el lógico anonadamiento de los comensales, sacó un desodorante de su mochila y roció el masacote cadavérico hasta vaciar el envase. Por último, le arrojó un fósforo encendido. Algunos clientes ya dejaban de comer para dedicarse a observar tal espectáculo. Otros se paraban sobre las mesas y se limitaban a aplaudir. Cuando el cadáver destrozado llegó al punto álgido de ardor, el encargado se arrojó sobre él. Mientras las llamas lo carbonizaban, él se revolcaba sobre lo que quedaba del joven cadete y gritaba:

-¡Qué lindas sábanas! ¡Soy millonario!

La Policía Metropolitana caratuló la causa como robo calificado.

miércoles, 9 de junio de 2010

Coprofagia infantil

Una feliz parejita camina por Santa Fé, mirando vidrieras. Llegando a Talcahuano, ven a un linyera dormitando en las escalinatas de la iglesia.

Él dice:

-¿Qué podremos hacer para sulfatar la pobreza y erosionar el fomento de cruel indigencia material y espiritual que predica el cristianismo?

Ella dice:

-Podemos enfiestarnos al croto.

Él dice:

-Manos a la obra, mon amour.

Y fueron manos a la obra.

Dos horas y media después, promediando la orgía callejera, una horda de patrulleros, camiones celulares, automóviles gubernamentales y móviles periodísticos se apelotonan en el lugar. De uno de los automóviles, se baja el Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y ex presidente de Roca Juniors, Fabricio Marchi. Flashes fotográficos, balizas y sirenas de policías, centenares de micrófonos y periodistas adosados a ellos: todos apuntan al funcionario, que observa a la parejita sometiendo sexualmente al linyera y concluye:

-Nos ganaron de mano.

lunes, 31 de mayo de 2010

Hacete cojer por un sea monkey.

-¿Vamos a tomar mate a la Costanera? Extraño.

-¡Dale!- se entusiasmó, mientras pensaba qué estupefaciente iba a ponerle en el termo, sin que se diera cuenta.

La tarde prometía. Los aviones rugían a escasos metros, allá arriba, y el sol parecía obstinarse en quemar la piel hasta generar algún tipo de enfermedad cutánea. Los mellizos se acodaron al muro de contención del río y conversaron algunas horas. Pero a Teto algo le llamó la atención:

-¿Para qué trajiste esa alfombra tan pesada?

-Para envolverte en ella y arrojarte a las aguas vírgenes de este hermoso estuario.

-Ah… ¿otra vez?

-Y, sí…

-Te imaginarás que, esta vez, me voy a resistir. Tres veces no me lo vas a hacer.

-En eso pensé a la hora de vaciar un blister de Clonazepam en tu termo.

-Ah, por eso no querías tomar mate, ¡Pillín pillín! Qué duendecito pillo que sos. Un lindo, azulenco e invertebrado… duendecito atrevido. Tu mirada tiene… tu mirada… algo que me provoca sueño. Qué… buenos colores…

Y Tito procedió. Media hora de soledad más tarde, caminó hasta la parada del 37 y se subió al que llegó cuarenta minutos después. La tarde prometía. El chofer lo relojeó de arriba a abajo y le tiró:

-¿Sabés que tenés cara de tachero?

-Y tengo un quinoto metido en el orto.

lunes, 17 de mayo de 2010

Cópula y ensueño

Un pibe del delivery lleva, en una mano, una bolsa con tres docenas de empanadas de membrillo. En la otra, una bolsa vacía. Al llegar a las vías del Sarmiento, a la altura de la estación de Caballito, decide cortar camino por el predio ferroviario que desde allí se extendía. Cuando sale a Donato Alvarez, cuarenta y seis minutos más tarde, la otra bolsa también está llena. Media hora después, llega a la casa donde tiene que entregar el pedido. Toca el portero eléctrico. Lo atiende un hombre disfrazado de orquídea:

-¡Buenas noches, amable caballero! Disculpe el exotismo de mi vestimenta. Note que en mi departamento, por estas horas, está desarrollándose una exitosa fiesta de disfraces.

-Buenas noches, señor. No hay problema. He aquí su pedido.

Una bolsa humeante cambia de manos.

-¡Mmmm! ¡Qué fragancia gastronómica, mister cadete de La Continental!

-¿Ha visto?

-¡Por supuesto! ¿Desea usted unirse a nuestra juerga? Hay un disfraz de cadete de La Continental disponible. ¡Quien lo iba a usar falleció esta tarde!

-Agradezco su amable invitación, adorable señor orquídea. Pero debo seguir trabajando.

-Será en otra ocasión ¿Cuánto le debo, señor?

-Trescientos ochenta con veinte.

-Tome. Quédese con el vuelto. Se lo ha ganado.

-Muchas gracias.

-De nada. Ahora, tómeselas, la concha de su madre.

-Buenas noches. Y disfrute la fiesta.

-Adios, caballero.

El muchacho del delivery sigue su camino. Al llegar a Rivadavia y Yerbal, echa un vistazo a la bolsa que le quedaba. Tres docenas de empanadas de membrillo le ofrecían un guiño brillante en aceite veintenas de veces usado. Había entregado la bolsa equivocada.

-¡Oh, no! ¡Mis heces!