Haber integrado el gabinete psicológico del Jardín de Infantes Pomponcitos me permitió trabajar con casos muy llamativos. Cuando me piden que hable de ellos, me acuerdo de Thiago Pombolini. Iba a salita púrpura, no tendría más de cuatro años.
-¿Y a qué más te gusta jugar? -le pregunté. Hasta ese momento me parecía un nene normal y casi decidí que mi visita al domicilio estaba concluída.
-¡Al avión! -me gritó en la cara y, como si recién se hubiera acordado, empezó a sacarse la ropa a tirones.
-Thiago, basta. -dijo la madre, con tono resignado.
Pero no sirvió de nada. El niño ya estaba desnudo y correteando por el pequeño departamento. Con los brazos extendidos como rígidas alas, corría en círculos y hacía ruidos con la boca.
-¡Thiago, en serio! ¿Querés que mamá te haga fumar?- intentó la madre. Como toda respuesta, Thiago agarró el bollo de ropa del piso y lo arrojó por el balcón. Después siguió jugando al avión.
La madre me miró como si intentara transmitirme su indignación.
-¡¡Thiago Bautista!! -gritó, pero no pudo evitar que el nene fuera más lejos aún:
-¡Pito duro! ¡Pito duro! ¡Pi-to-duro! ¡Pi-to-duro! -canturreó Thiago con elocuencia. Su pequeño miembro erecto se bamboleaba de lado a lado, mientras el avión seguía volando en círculos por el comedor. Cuando pasaba por mi lado lo sacudía desafiante, moviendo frenéticamente la pelvis.
-¡Te dije! ¡Ahora voy a buscar los cigarrillos! -dijo la madre antes de desaparecer tras la puerta del dormitorio.
Thiago, rápido de reflejos, aprovechó la ausencia de su mamá y mi falta de reacción -estaba estupefacto- para manotear las llaves de la mesa, irse del departamento y cerrar la puerta con llave. A través de la pared pude escuchar el ascensor subiendo, las puertas tijera abrirse, luego cerrarse y el ascensor bajando. Luego, un silencio solo surcado por los murmullos de Acoyte y Rivadavia, que llegaban desde balcón. A mi lado estaba parada la mamá de Thiago Bautista con el atado de Parisiennes en la mano.
-Seguro fue a buscar la ropa -dijo.