Resulta que un reconocido telemarketer de una multinacional, famosísima por el carácter brutal y desvergonzado de su explotación a trabajadores, aprovecha sus veintitrés minutos de almuerzo para salir por Florida a correr gritando:
-¡Me voy a garchar a la primera mina que me hable del faaaaaaaaso!
El chaboncete se encontraba a la altura de Lavalle, trotando y agitando los brazos como si fuera una gallina anhelando el quimérico vuelo a puro aletazo. Pero hete aquí que, en Florida y Marcelo T., se daba una situación similar:
-¡Me voy a dejar voltear por el primero que haga alguna alusión a algún barbitúrico, como quien no quiere la cosa!
La chica en cuestión era una prestigiosa administrativa de un Estudio Contable cuyo directorio estaba compuesto por gente cuya reputación de garca les hacía la vida laboral tan jodida como redituable en términos económicos. Llevaba anteojos culo de botella.
A la altura de Córdoba se cruzan. La minita dice:
-¡Uh! ¡Lo último que se me ocurriría ahora sería hacer apología del porro!
El muchachín exclama:
-¡Uh! ¡No le cabe el churro, pero igual habló de él! ¡Solo alguien que se da con Clonazepam no se daría cuenta!
La minita dice:
-¡Oh! ¡He aquí la línea de meta de mis chatas y temporales ambiciones!
El flaquito concluye:
-¡Ídem! ¡A cojer que se acaba el mundo!
-Dijiste cojer con jota; palabra que, en tal caso, se refiere al acto sexual (según el diccionario de improperios de Barcelona); a diferencia de coger con ge, término con el que esos gallegos cejijuntos y xenófobos se refieren a tomar, agarrar…
-Por supuesto. Y nótese que, si escribiera cejijunto en el Word, el corrector no dotaría a tal término de ese sinuoso y zigzagueante subrayado ¡De qué humillación informática nos resguarda!
-Pero usted, estimado caballero, se ha olvidado de un detalle para nada menor. El término agarrar, tan asiduo entre nosotros, sufridos y pesimistas argentinos, se refiere a tomar algo con las garras; algo, mas bien, propio de los animales.
-Pero figúrese usted que no somos animales. Al menos, no biológicamente. Si habláramos en términos cívicos, otra sería la discusión.
-¡Oh! ¡The humanity!
-Bueno. Ahora, a hacer honor a la frase con la que inicié este ameno y constructivo diálogo. Me refiero al sexo, claro está.
Concretaron. La gente observaba. Algunos, consternados; otros –entre ellos, un agente de la Policía Metropolitana-, con morbosa curiosidad. Los turistas extranjeros se limitaban a tomar fotografías y exclamar: ¡Yes! ¡This and San Telmou rules! ¡Méxicou is so gorgeous!
Una vez finalizado el acto, se dio el siguiente intercambio de conclusiones:
-¡Pero mirá las cosas de la vida! ¡Sos bastante feucho, vos!
-¡Y vos también, alto bagarto!
La sobredosis mortal, a manos de las drogas mencionadas anteriormente, no tardó en sobrevenir.