-¿Vamos a tomar mate a la Costanera? Extraño.
-¡Dale!- se entusiasmó, mientras pensaba qué estupefaciente iba a ponerle en el termo, sin que se diera cuenta.
La tarde prometía. Los aviones rugían a escasos metros, allá arriba, y el sol parecía obstinarse en quemar la piel hasta generar algún tipo de enfermedad cutánea. Los mellizos se acodaron al muro de contención del río y conversaron algunas horas. Pero a Teto algo le llamó la atención:
-¿Para qué trajiste esa alfombra tan pesada?
-Para envolverte en ella y arrojarte a las aguas vírgenes de este hermoso estuario.
-Ah… ¿otra vez?
-Y, sí…
-Te imaginarás que, esta vez, me voy a resistir. Tres veces no me lo vas a hacer.
-En eso pensé a la hora de vaciar un blister de Clonazepam en tu termo.
-Ah, por eso no querías tomar mate, ¡Pillín pillín! Qué duendecito pillo que sos. Un lindo, azulenco e invertebrado… duendecito atrevido. Tu mirada tiene… tu mirada… algo que me provoca sueño. Qué… buenos colores…
Y Tito procedió. Media hora de soledad más tarde, caminó hasta la parada del 37 y se subió al que llegó cuarenta minutos después. La tarde prometía. El chofer lo relojeó de arriba a abajo y le tiró:
-¿Sabés que tenés cara de tachero?
-Y tengo un quinoto metido en el orto.