Hoy nos deleita, con este sublime relato, ni más ni menos que Martín Rodriguez Kedikian: compañero de facu, camarada de la ya desaparecida Tertulia Literaria y uno de los co-owners (en sus primeros días y cuando quiera volver) de Algo se nos va a ocurrir, blog hijo de aquellas reuniones durante las que tanto alcohol y letra impresa corrían. A disfrutar.
Todo esto pasó en una pequeña granja perdida en las planicies pampeanas. Hubo una vez donde la granja se dividió en dos por una pelea. De un lado el chancho, y por el otro la gallina. Con el cerdo estaba el Líder Cuy, que se creía líder porque ostentaba una corona en forma de llamarada color rojo, aunque se lideraba a sí mismo, porque era el único cuy ahí. El gallinero está vacío, el gallo lo abandonó desde su separación con la gallina y posterior enfrentamiento y declaración guérrea.
Del otro lado, todo tipo de aves de corral y alrededores apoyando la causa de la gallina (¿será porque comparten el género de la especie?). Naturalmente, la chancha estaba con ella.
Y todo ese malestar se había generado a partir del descubrimiento de aquella infidelidad. ¡Ay! Aquella infidelidad. Dicen que la mentira tiene patas cortas, pero qué fortuna la de la gallina. La mentira se desmoronó una vez que el gallo fue al mercado con el patrón y en la heladera vio unas croquetas de pollo rebozadas…¡con jamón! Una lágrima rebelde quiso zambullirse desde el ojo derecho del gallo, que la aguantó con hidalguía al ritmo de “Boys don’t cry” (¿justo esa canción tenía que sonar en la radio?).
En el viaje de vuelta a la granja el gallo no dijo una palabra. Normalmente era muy dicharachero, pero en este caso no podía siquiera intercambiar un comentario del clima con el patrón. Desde el almacén de ramos generales hasta la granja el viaje duró cinco veces lo normal en la percepción del engañado. Ante sus ojos pasaban argumentos, reproches, excusas, insultos y los cercos al costado del camino. Varias veces se encontró distraído mirando los alambrados de los campos, pero recordó que estaba enojado y volvió a concentrarse. ¿Qué le diría a la ingrata de su mujer, que no había respetado la santa institución del matrimonio gallináceo? Él quería montar una escena para que toda la granja se enterara de la clase de persona que era su esposa.
No sin preverlo, la gallina lo esperaba con un contra argumento: el pavo real que había nacido hacía un tiempo en la granja… ¡con cresta y barbillas! Así que cada uno por su parte se preparaba para un virulento altercado.
Ni bien llegados al predio, y sin ayudar al patrón a bajar las bolsas de la F100, fue el gallo embravecido y dando pasos lo más largo que le permitían sus escuálidas y cortas patas, y bufando para hacerse notar, la increpó:
-¿Cocorocómo me pudiste hacer esto? ¡Con el gordo ese, que encima es rosa!
-Cacaracallate y miralo a Raulito. Los pavos reales no tienen ni cresta ni barbillas. ¿No podías ser menos alevoso?
-¿Quequerequé tiene que ver Raulito?
-Quiriquiquiero el divorcio
-¿Cocorocómo? ¿Quequerequé decís? ¿Cocorocómo nos vamos a separar?
-¿Quequerequé querés que te diga? Después de todo esto ya no me podría sentir plena estando juntos. Vos me engañaste, yo te engañé… Seguir sería un quiquiriquilombo, viviríamos en un mar de cocoroconfusiones.
-¡Quequerequé nerviosa te ponés! Estás cacareando cocorocomo loca.
-¿Quequerequé te parece? Yo Quequerequería que lo charláramos tranquilos, pero se dio todo tan brusco y feo… Escuchame, firmame el divorcio, yo no te hago juicio –porque lo tuyo es más grave que lo mío, querido- y todos en paz. ¿Qué te parece?
-¿Cocorocómo vamos a hacer eso? ¿Y quiquiriquién va a continuar la especie? ¿Cocorocómo vamos a tener hijos? ¿No pensaste eso? ¡Vos y yo somos los únicos en esta granja que cocorocoincidimos genéticamente!
-¿Cómo sos, eh? Hay muchos gallos y gallinas más en el mundo para perpetrar la especie, por eso no te preocupes. Nosotros no resultamos, ni hicimos nada para que resulte. No lo niegues ahora. Además, podemos adoptar.
-No, no, pero, ¿cocorocómo vamos a hacer ahora?
-No sé, pero bien quequereque te las arreglaste cuando estábamos casados.
-¡No empipiripieces con eso otra vez!
-Bueno, pero pensalo, no tiene sentido seguir por inercia, porque los genes dicen que tenemos que estar juntos. No nos queremos como antes, e insisto, no hicimos nada para reflotar el matrimonio. Duele reconocerlo, sí, pero cualquier otra cosa sería ir en contra de nuestros sentimientos. La vida es una sola y más siendo animales, en cualquier momento podemos estar en una sopa o en una parrilla. Somos más que vulnerables. Entonces con más razón aprovechemos lo que nos queda.
El tiempo pasó, y la calma volvió a la granja. Pero es el día de hoy que el dueño del lugar se pregunta por qué en su gallinero dejaron de nacer pollitos y en su lugar aparecieron tortugas, un zorro rojo, un tucán y un alce.
Todo esto pasó en una pequeña granja perdida en las planicies pampeanas. Hubo una vez donde la granja se dividió en dos por una pelea. De un lado el chancho, y por el otro la gallina. Con el cerdo estaba el Líder Cuy, que se creía líder porque ostentaba una corona en forma de llamarada color rojo, aunque se lideraba a sí mismo, porque era el único cuy ahí. El gallinero está vacío, el gallo lo abandonó desde su separación con la gallina y posterior enfrentamiento y declaración guérrea.
Del otro lado, todo tipo de aves de corral y alrededores apoyando la causa de la gallina (¿será porque comparten el género de la especie?). Naturalmente, la chancha estaba con ella.
Y todo ese malestar se había generado a partir del descubrimiento de aquella infidelidad. ¡Ay! Aquella infidelidad. Dicen que la mentira tiene patas cortas, pero qué fortuna la de la gallina. La mentira se desmoronó una vez que el gallo fue al mercado con el patrón y en la heladera vio unas croquetas de pollo rebozadas…¡con jamón! Una lágrima rebelde quiso zambullirse desde el ojo derecho del gallo, que la aguantó con hidalguía al ritmo de “Boys don’t cry” (¿justo esa canción tenía que sonar en la radio?).
En el viaje de vuelta a la granja el gallo no dijo una palabra. Normalmente era muy dicharachero, pero en este caso no podía siquiera intercambiar un comentario del clima con el patrón. Desde el almacén de ramos generales hasta la granja el viaje duró cinco veces lo normal en la percepción del engañado. Ante sus ojos pasaban argumentos, reproches, excusas, insultos y los cercos al costado del camino. Varias veces se encontró distraído mirando los alambrados de los campos, pero recordó que estaba enojado y volvió a concentrarse. ¿Qué le diría a la ingrata de su mujer, que no había respetado la santa institución del matrimonio gallináceo? Él quería montar una escena para que toda la granja se enterara de la clase de persona que era su esposa.
No sin preverlo, la gallina lo esperaba con un contra argumento: el pavo real que había nacido hacía un tiempo en la granja… ¡con cresta y barbillas! Así que cada uno por su parte se preparaba para un virulento altercado.
Ni bien llegados al predio, y sin ayudar al patrón a bajar las bolsas de la F100, fue el gallo embravecido y dando pasos lo más largo que le permitían sus escuálidas y cortas patas, y bufando para hacerse notar, la increpó:
-¿Cocorocómo me pudiste hacer esto? ¡Con el gordo ese, que encima es rosa!
-Cacaracallate y miralo a Raulito. Los pavos reales no tienen ni cresta ni barbillas. ¿No podías ser menos alevoso?
-¿Quequerequé tiene que ver Raulito?
-Quiriquiquiero el divorcio
-¿Cocorocómo? ¿Quequerequé decís? ¿Cocorocómo nos vamos a separar?
-¿Quequerequé querés que te diga? Después de todo esto ya no me podría sentir plena estando juntos. Vos me engañaste, yo te engañé… Seguir sería un quiquiriquilombo, viviríamos en un mar de cocoroconfusiones.
-¡Quequerequé nerviosa te ponés! Estás cacareando cocorocomo loca.
-¿Quequerequé te parece? Yo Quequerequería que lo charláramos tranquilos, pero se dio todo tan brusco y feo… Escuchame, firmame el divorcio, yo no te hago juicio –porque lo tuyo es más grave que lo mío, querido- y todos en paz. ¿Qué te parece?
-¿Cocorocómo vamos a hacer eso? ¿Y quiquiriquién va a continuar la especie? ¿Cocorocómo vamos a tener hijos? ¿No pensaste eso? ¡Vos y yo somos los únicos en esta granja que cocorocoincidimos genéticamente!
-¿Cómo sos, eh? Hay muchos gallos y gallinas más en el mundo para perpetrar la especie, por eso no te preocupes. Nosotros no resultamos, ni hicimos nada para que resulte. No lo niegues ahora. Además, podemos adoptar.
-No, no, pero, ¿cocorocómo vamos a hacer ahora?
-No sé, pero bien quequereque te las arreglaste cuando estábamos casados.
-¡No empipiripieces con eso otra vez!
-Bueno, pero pensalo, no tiene sentido seguir por inercia, porque los genes dicen que tenemos que estar juntos. No nos queremos como antes, e insisto, no hicimos nada para reflotar el matrimonio. Duele reconocerlo, sí, pero cualquier otra cosa sería ir en contra de nuestros sentimientos. La vida es una sola y más siendo animales, en cualquier momento podemos estar en una sopa o en una parrilla. Somos más que vulnerables. Entonces con más razón aprovechemos lo que nos queda.
El tiempo pasó, y la calma volvió a la granja. Pero es el día de hoy que el dueño del lugar se pregunta por qué en su gallinero dejaron de nacer pollitos y en su lugar aparecieron tortugas, un zorro rojo, un tucán y un alce.
quiquiri que te diga...
ResponderEliminarjotace
Ahora el dueño puede hacerse una sopa muy genial...
ResponderEliminarEs notable.
ResponderEliminarEs notable.
ResponderEliminar¿Es doblemente notable?
ResponderEliminarNada que ver, ¿pero por qué el que escribió el post está muerto? ¿Es Edward Cullen?
He's alive.
ResponderEliminarSi te referís al 'Q.E.P.D.' del perfil, se refiere a todos los miembros de la Tertulia Literaria (menos yo), que no volvieron a participar más de Algo se nos va a ocurrir.
La D es plural.
Entonces ponele una N minúscula.
ResponderEliminarEstoy muy emocionado, quiquirí qui ti diga. En un arranque de supremacía de las palabras, pude representar un microcosmos ecuménico, hilarante y bajonero.
ResponderEliminarEs cierto, estoy muerto literariamente. Pero no está muerto quien pelea, dicen. Y yo soy muy cagón para pelearme con alguien.
Así que tírenme flores sobre el pasto, pero no descarten que en algún momento asome una mano con las uñas largas por debajo de la grana. Dicen que las uñas no dejan de crecer hasta entrada la muerte, así que en un tiempo les aviso. Capaz me haga la maniquiur post-mortem.
Martín (el autor de lo de arriba de todo)
¡Quí buino tenerte en persona de nuevo por estos lares bloguísticos, Mr. Kedikián!
ResponderEliminarEsperamos más aportes de ultratumba!